Por Patricio Segura
Hace un año, el 24 de febrero de 2012, a las 17:15 horas, se
enviaba a la cuenta personal de Sebastián Piñera el siguiente email: “Atentamente,
envío a usted propuestas del Movimiento Social para la Región de Aysén. Nuestros
atentos saludos”.Paralelamente, en las afueras de la Cámara de Comercio de
Puerto Aysén se afianzaba el triunfo de un pueblo alzado en la lucha por lo que
consideraba justo ante unas abatidas y disminuidas Fuerzas Especiales.
Se trataba del profusamente difundido documento de 11 puntos en 22 páginas
conteniendo las principales aspiraciones por las cuales una gran mayoría de la
población regional se había levantado en la legítima protesta social: rebaja al
precio de los combustibles en general, mejoramiento en la equidad y calidad de
la salud, sueldo regionalizado, consulta vinculante ante la eventual
instalación de represas, universidad regional, regionalización de los recursos
naturales, cambios profundos a la institucionalidad hidrobiológica para evitar
el exterminio de la pesca artesanal, reducción del costo de los servicios
básicos, subsidio para el transporte de carga y pasajeros hacia y dentro de la
región, apoyo al pequeño campesino con énfasis en la conectividad, subsidio
excepcional para el acceso a la vivienda.
En esos tensos momentos, la única respuesta formal recepcionada, además del
aumento de la represión, fue un escueto correo del vocero de Gobierno Andrés
Chadwick –a las 20:36 horas -señalando: “Muchas gracias…saludos”.
A un año de tal intercambio, mucha agua ha corrido bajo los puentes de Aysén.
Evaluaciones con vasos medio llenos y medio vacíos se encuentran por doquier,
dependiendo del domicilio ideológico del analista. Más a la derecha, más a la
izquierda. En la calle o en La
Moneda.
Quedamos con alcaldes electos y derrotados, precandidatos parlamentarios y
dirigentes molestos con sus colegas por considerar que se “vendieron”, y estos
últimos con los primeros porque estiman que fueron “intransigentes”. Algunos
que ayer combatieron en bandos contrarios llegaron a ser aliados, y otros que
originalmente se asociaron hoy se consideran enemigos.
Revuelto está el ambiente y aunque Aysén y los ayseninos
seguimos siendo un referente para muchas luchas vigentes o futuras en el resto
de Chile, no estamos ausentes de las virtudes y miserias de todo proceso
diverso, caótico, transformador. Quizás, revolucionario.
Con la resaca de toda gran fiesta, los participantes, directamente quienes
vivimos en este territorio, estamos hoy en proceso de reflexión, de evaluación
de lo que ocurrió. Reconstruyendo y reconstruyéndonos en el hacer, en el mirar
hacia delante y hacia atrás.
Es así que no escasean quienes en el ánimo cuantitativo que todo lo cubre,
sacan sus conclusiones. Y se atreven a simplificar en un número, en un
porcentaje de cumplimiento, lo que fueron casi dos meses de rebelión ciudadana
en el austro patagón.
Ahí están las palabras del ministro secretario general de la Presidencia , Cristián
Larroulet, que sin más señala que “estamos hablando de un 90% de
cumplimiento o avances”, basado en un análisis tecnocrático de lo que significó
el Movimiento Social por Aysén.
Otros, como los miembros que permanecen en Mesa Social, que hay un 70 % de
avance. Lo paradójico es que mientras más se baja a la base, a la fuente
de la movilización, a los que fueron el sustento de la lucha, menos se perciben
los magníficos y vitoreados logros luego del fenomenal esfuerzo desplegado.
Tales intentos, en particular los que terminan en cuentas alegres, no logran
distinguir lo que son las demandas coyunturales (los bonos, becas, subsidios,
proyectos), necesarias por la urgencia que imprime la desigualdad que agobia a
Chile, de las exigencias de fondo, estructurales, que apuntan a la raíz del desasosiego
que recorre el país.
Todo esto se mezcló en los 11 puntos que ese 24 de febrero, en un simple
correo, se enviaron a La
Moneda.
Porque en lo que desde un principio estuvo de acuerdo el gobierno fue en
avanzar en todo lo que no pusiera en riesgo su ideario político, social y
económico: la producción, el individualismo, el extractivismo. En todo lo demás
las negociaciones fueron avanzando. Pero aquello es como atacar el dolor
con analgésicos y no con medicamentos que vayan a la fuente de la aflicción.
Por ello el bono de leña, la normalización del hospital de Puerto Aysén con una
unidad de hemodiálisis, una carrera de pedagogía en una universidad ya
instalada en la región, la adquisición de una nave para mejorar la conectividad
marítima no fueron temas que quitaran el sueño a la administración de Sebastián
Piñera.
Tampoco una serie de otras medidas que apuntan a temas de administración
general, y no a demandas que herían el corazón del modelo socioeconómico
impuesto, y que no estaban (ni están) dispuestos a negociar.
En el movimiento ciudadano Patagonia sin Represas había claridad, desde un
principio, sobre la dificultad de sus principales aspiraciones: consulta
ciudadana vinculante sobre la eventual instalación de proyectos hidroeléctricos
y la regionalización de los recursos naturales.
En un esfuerzo por avanzar en la democracia territorial, es decir, devolver el
poder a los ciudadanos. Aunque algunas reuniones y protocolos se suscribieron
con el subsecretario de Desarrollo Regional, Miguel Flores, en nada de aquello
se avanzó. Ni siquiera en los plebiscitos regionales, algo que el gobierno
decía tener en su agenda previa.
Como si fuera una burla, en paralelo a las conversaciones el gobierno aprobó,
ilegalmente el proyecto río Cuervo, y se reunió con ejecutivos de Endesa,
Colbún, HidroAysén, el rey de España e incluso adelantó el proyecto de
Carretera Eléctrica para favorecer a las represas en la Patagonia. En el
fondo, en estas dos aspiraciones, no hubo avance alguno, lo que derivó en
nuestro retiro de la mesa en junio de 2012.
Tampoco a los funcionarios públicos les fue muy bien. La
histórica exigencia de nivelación de la asignación de zona fue simplemente
desestimada por cuanto subsecretario, incluido el de Hacienda Julio Dittborn,
se reunió con los dirigentes, que determinaron salirse de la mesa en septiembre
de 2012.
Y en el caso de la pesca artesanal, los hechos son conocidos. Una parte
importante de los pescadores no estuvieron de acuerdo con la negociación que se
llevó adelante entre la Mesa
del Movimiento Social y el subsecretario de Pesca, Pablo Galilea, trámite en el
cual Patagonia sin Represas decidió no participar con su firma, y que para
muchos fue la antesala del procedimiento legislativo que siguió y que se conoce
como la entrega de los recursos hidrobiológicos nacionales a 7 grandes familias
de la pesquería nacional.
Son estos solo algunos de los ejemplos en los cuales no hubo interés alguno de
la actual administración de realizar cambios estructurales a la base que
origina la desigualdad que hoy campea en Chile. Sí, se cambiaron algunas comas
y personajes del libreto, pero la trama siguió tal cual.
Los logros alcanzados hasta hoy son sólo los de un grupo de presión no de un
verdadero movimiento social. Si en 2011 los estudiantes hubieran luchado sólo
por más becas (que es en el fondo un traspaso de recursos públicos para el
lucro de ciertas universidades) habrían sido grupo de presión. Al exigir
educación pública, gratuita y de calidad, fueron un movimiento social. Porque
a pesar de los cambios al régimen de zona franca y a la bonificación del 889 a la contratación de la
mano de obra, Aysén y el Chile desigual sigue vigente.
Por eso, la aspiración de cambio se mantiene vigente, como un norte para
quienes quieren cambiar Chile. El debate político electoral que comenzará con
fuerza en marzo debiera hacerse cargo de este sentir, que se traduce en el
fondo en una nueva Constitución. Personalmente, creo que debe nacer de un
proceso constituyente.
Ah, y sólo un dato:
El 18 de febrero de 2012 el costo de los combustibles era de $ 822 (93
octanos), $ 841 (95), $ 862 (97), $ 647 (diesel), $ 615 (kerosene). Hoy, un año
después, es de $ 849 (93), $ 875 (95), $ 903 (97), $ 682 (diesel) y $ 707
(kerosene). Pero es sólo eso, solo un dato.
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Aportado por: Magdalena Rosas
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