Nos han hecho creer que un viejito de rojo que regala
juguetes a los niños cada año es un producto del mercantilismo y el capitalismo
cruel. Es plenamente cierto que los negocios y tiendas comerciales se hacen la América en estas fechas. Utilizan
la imagen del Viejito Pascuero, Santa Claus, para captar la inocencia de los
niños y hacerles desear lo imposible y que sus padres se salgan de sus
presupuestos con el único sin satisfacer sus deseos.
No quiero corregir a nadie y menos darles lecciones de vida,
pero, tal vez intentar que juntos hagamos un cambio en la conciencia de todos.
No creo que un viejo sea el culpable del consumismo, pero si
creo que hay muchos culpables que nos incitan a dilapidar nuestros exiguos salarios
con el fin de, supuestamente, satisfacer a los seres amados en estas Fiestas
Profanas.
Hay quienes creen que el 25 de diciembre nació un Mesías,
otros piensan que es una ocasión para gastar y celebrar hasta quedar inconciente
de lo borracho, incluso estamos los que pensamos que es el día que un viejito
de rojo vuela por todo el mundo para repartir algo de alegría y felicidad para
aquellos que no son tan afortunados, aunque la mayoría del mundo “no está ni
allí” con estos festejos.
¿Cómo te sentiría si recibieras un par de calcetines de regalo
para esta navidad?
¿Sería adecuado regalas “colaless” (hijo dental) a las chiquillas
para Navidad?
¿Cuánto cuesta un par de calcetas o un calzón minúsculo?
¿Has intentado hacer un juguete a un niño con tus propias
manos?
¿Una salchicha y arroz podría transformarse en una bellísima
cena de Navidad?
Creo que estas preguntas tienen una repuesta simple y
sencilla…
No culpes a un viejo, culiao y guatón, por vivir en una
sociedad enferma. Trata de ayudar a sanar nuestro mundo con cosas sencillas y
no pierdas el niño que llevas dentro. Sueña………… Ten un bello sueño y ayuda a éste
Viejito a dar esperanza a muchos que hoy la han perdido. Pidamos al Viejito una
Educación del Estado, gratuita, de calidad y para todos. Yo ya se lo pedí…
Quiero contarte mi historia de Navidad
Una Calurosa Navidad
Recuerdo las bellas navidades del pasado, y me viene a la
memoria toda la felicidad sentida en esas fiestas que hacían de diciembre un
mes mágico y especial.
Comenzando con un corte de Asiento (Aguayón) de res,
acompañado con un buen Casillero del Diablo, vino preferido por los masones y
por mi padre. De postre, leche asada. Los regalos aunque no faltaban, lo
importante era el rito de Noche Buena, acostarse un poco tarde, dentro del
aguante de un niño, y despertar temprano para ir a abrir los regalos al día
siguiente.
Lo sobrante de la cena de Navidad nos duraba hasta 4 días,
no sólo haciendo espectacular los almuerzos y las cenas, sino que además el
desayudo y las “once” (hora del té a la chilena).
¿Cómo no dejar de recordar los especiales navideños de
Rankin Bass, y los grandes clásicos como Canción de Navidad de Charles
Dickens o It's a Wonderful Life de Capra? Aun en una televisión en blanco y
negro de 12 pulgadas esas películas se hicieron inolvidables con el
correr de los años. Ya en la adolescencia Chevy Chase y sus desastrosas
navidades ocuparon su lugar en las maratones navideñas de la televisión
criolla.
El árbol de Navidad era un pino de verdad, adornado con
figuritas de vidrio que hasta hoy muchas han sobrevivido a los problemas de su
fragilidad. Recuerdo una esfera grande y roja, que era preciosa, y un reno del
mismo material y color, que por circunstancias ajenas a mi persona, murieron
trágicamente… ¡Yo no fui! Las luce eran hermosas, hechas en Alemania, de fuerte
luminiscencia y bellísimos colores. Ver ese árbol era un deleite para la vista.
Nunca tuvimos un pesebre, o algo que nos indicara que era el
nacimiento de algún Mesías, pero si era la época de Santa Claus o el Viejito
Pascuero.
Quiero relatarles una navidad en especial, en plena
dictadura militar chilena.
Ya estábamos en diciembre y la economía familiar peligraba
por la situación reinante en el país. Yo apenas un mocoso no tenia noción del
dinero y ya me preparaba para la mejor Navidad del mundo. Pero, sólo pudimos
conseguirnos un árbol escuálido, y el sueño de que el Viejito Pascuero nos
solucionara nuestras dificultades, y me trajera todos los regalos que le pedí
en ese año.
La situación empeoró y la orden del jefe de la casa fue
directa. ¡No habrá regalos este año, ni cena especial! Mi madre y yo nos
quedamos patitiesos al escuchar semejante sentencia. La querida Navidad no
pasaría por nuestra casa, y el Viejo Guatón me dejaría sin un minúsculo
regalito de Navidad.
¿Cómo salvar la Navidad?
A mi corta edad era una misión imposible. Pero, descubrí un
brillo especial en los ojos de mi madre, algo tramaba, tal vez secuestrar a
Santa y pedir recompensa. La solución no fue tan drástica, pero si curiosa…
Mi padre, llego ese 24 de diciembre a medio día, con el
salario del mes en la mano. Su rostro lo decía todo, pero era mejor no comentar
nada. Él se saco los zapatos y se puso a dormir una siesta, sin ganas de
almorzar. A esas horas todo el comercio cercano cerraba por dos horas, y no
teníamos que comer. Mi madre se encerró con mi padre en la habitación unos
minutos y salio sin decir una palabra. Luego entre yo y le pedí a mi padre algo
de dinero para comprar pan. Después de un buen rato descubrí un boliche que
tenía pan recién hecho, lo compré junto con una mantequilla, nunca el pan y la
mantequilla habían sido tan ricos como en esa víspera de Navidad.
Ya era hora de que el Supermercado abriese, y mi madre salió
de casa. Volvió un rato después, mi padre aun dormía, me llama a otra
habitación y me dijo que teníamos que envolver los regalos. Yo aun no entendía,
pero me sorprendí al ver que en la bolsa sólo había jabones,
desodorantes, champús y pasta de dientes. Mi madre sacó papel de regalo y
cinta adhesiva, y sin que me diere una explicación, agarré un par de jabones y
los envolví como si fuesen el más preciado y delicado regalo a entregar.
Llegó la noche buena y nuestro árbol estaba completamente
adornado, y la cena a punto de servirse en la mesa, bellamente decorada. Una
salchicha vienesa por cabeza, arroz con ralladura de zanahoria y un huevo frito
estaban listos para el deleite de los comensales.
La magia de la Navidad estaba haciéndose presente en
nuestra casa ese día. Mi plato favorito, regalos escondidos, y la alegría de
estar juntos, nos hacían disfrutar de una noche maravillosa en nuestra calurosa
Navidad.
Al día siguiente me desperté temprano por tres motivos.
Primero para ver si el puto de Santa me había traído mis regalos. Segundo para
ver mis especiales navideños por la televisión. Y lo más importante… Los
regalos de Navidad de Mamá…
Mi padre se levantó a tomar desayuno en el comedor, mi madre
y yo ya habíamos dejado los regalos bajo el árbol; pero, ¡oh!, gran sorpresa,
mi padre se quedo mirando el árbol sin pestañar, su rostro de molestia era
evidente. Alguien había hecho caso omiso a sus órdenes, y eso era algo que no
se podía aguantar. Pero, al verme tan feliz, sólo hizo un comentario que nos
recordó su dictamen promulgado los primeros días de diciembre.
Su ceño fruncido y sus labios apretados dejaban ver su
molestia. Hasta que, yo me dirigí al árbol, y por primera vez, me puse a
repartir los regalos.
Puse el regalo de Papá encima de la mesa, frente a él. Hice
lo mismo con el regalo de mi madre y el mío. Mi padre, con un movimiento de su
mano, lo apartó de su lado y agacho su cabeza.
Gran sorpresa fue cuando mi madre y yo abrimos nuestros
regalos. Ella había recibido una pasta de dientes y yo un jabón. Contentos con
nuestros regalos, me apresuré a buscar más regalos al árbol. Mi padre
sorprendido y algo intranquilo extendió su brazo para alcanzar su regalo, su rostro
tenía un brillo especial. ¡Sorpresa! Era un jabón…
Sin darnos cuenta todos abríamos regalos y nos mirábamos con
picardía y complicidad.
Ese desayuno de Navidad es el más hermoso que recuerdo. Ya
ellos no están a mi lado, pero sigue existiendo la magia de esas fiestas
decembrinas pasada en cada Navidad presente. Más aun, en la última Navidad que
pasé con mi padre, no dejó de existir algo especial que nos inundaba nuestros
corazones al punto de sentir que iban a reventar de dicha.
Las navidades con mis padres fueron una postal mágica. Las
navidades con mi kompañera, nuestra hija Sofía y mi padre fueron fantásticas.
Aun las navidades con mis suegros.
Hace años que la Mutti y yo pasamos nuestras navidades en
soledad, pero sin dejar de recordar lo bello que fue compartir en familia un
poco de arroz y un huevo frito.
Esta noche buena la compartiremos con los Becerra, una
hermosa familia que nos adoptó hace años para estas fechas. Ellos también son
como nosotros, lobos esteparios, que disfrutan de las cosas sencillas y de un
poquito de magia, que de cuando en cuando a nadie hace mal…
Un T:.A:.F:. en estas Fiestas Profanas para todos, queridos compitas.
Milan Mauricio Grušić Ibáñez (mauricio_gi)