domingo, 18 de diciembre de 2011

Mariakrismas para txdxs…


Por: Milan Mauricio Grušić Ibáñez. Calurosa Navidad.

Navidad, Chile, diciembre de 2011.


Recuerdo las bellas navidades del pasado, y me viene a la memoria toda la felicidad sentida en esas fiestas que hacían de diciembre un mes mágico y especial.

Comenzando con un corte de Asiento (Aguayón) de res, acompañado con un buen Casillero del Diablo, vino preferido por los masones y por mi padre. De postre, leche asada. Los regalos aunque no faltaban, lo importante era el rito de Noche Buena, acostarse un poco tarde, dentro del aguante de un niño, y despertar temprano para ir a abrir los regalos al día siguiente.

Lo sobrante de la cena de Navidad nos duraba hasta 4 días, no sólo haciendo espectacular los almuerzos y las cenas, sino que además el desayudo y las “once” (hora del té a la chilena).

¿Cómo no dejar de recordar los especiales navideños de Rankin Bass, y los grandes clásicos como Canción de Navidad de Charles Dickens o It's a Wonderful Life de Capra? Aun en una televisión en blanco y negro de 12 pulgadas esas películas se hicieron inolvidables con el correr de los años. Ya en la adolescencia Chevy Chase y sus desastrosas navidades ocuparon su lugar en las maratones navideñas de la televisión criolla.

El árbol de Navidad era un pino de verdad, adornado con figuritas de vidrio que hasta hoy muchas han sobrevivido a los problemas de su fragilidad. Recuerdo una esfera grande y roja, que era preciosa, y un reno del mismo material y color, que por circunstancias ajenas a mi persona, murieron trágicamente… ¡Yo no fui! Las luce eran hermosas, hechas en Alemania, de fuerte luminiscencia y bellísimos colores. Ver ese árbol era un deleite para la vista.

Nunca tuvimos un pesebre, o algo que nos indicara que era el nacimiento de algún Mesías, pero si era la época de Santa Claus o el Viejito Pascuero.

Quiero relatarles una navidad en especial, en plena dictadura militar chilena.

Ya estábamos en diciembre y la economía familiar peligraba por la situación reinante en el país. Yo apenas un mocoso no tenia noción del dinero y ya me preparaba para la mejor Navidad del mundo. Pero, sólo pudimos conseguirnos un árbol escuálido, y el sueño de que el Viejito Pascuero nos solucionara nuestras dificultades, y me trajera todos los regalos que le pedí en ese año.

La situación empeoró y la orden del jefe de la casa fue directa. ¡No habrá regalos este año, ni cena especial! Mi madre y yo nos quedamos patitiesos al escuchar semejante sentencia. La querida Navidad no pasaría por nuestra casa, y el Viejo Guatón me dejaría sin un minúsculo regalito de Navidad.

¿Cómo salvar la Navidad?

A mi corta edad era una misión imposible. Pero, descubrí un brillo especial en los ojos de mi madre, algo tramaba, tal vez secuestrar a Santa y pedir recompensa. La solución no fue tan drástica, pero si curiosa…

Mi padre, llego ese 24 de diciembre a medio día, con el salario del mes en la mano. Su rostro lo decía todo, pero era mejor no comentar nada. Él se saco los zapatos y se puso a dormir una siesta, sin ganas de almorzar. A esas horas todo el comercio cercano cerraba por dos horas, y no teníamos que comer. Mi madre se encerró con mi padre en la habitación unos minutos y salio sin decir una palabra. Luego entre yo y le pedí a mi padre algo de dinero para comprar pan. Después de un buen rato descubrí un boliche que tenía pan recién hecho, lo compré junto con una mantequilla, nunca el pan y la mantequilla habían sido tan ricos como en esa víspera de Navidad.

Ya era hora de que el Supermercado abriese, y mi madre salió de casa. Volvió un rato después, mi padre aun dormía, me llama a otra habitación y me dijo que teníamos que envolver los regalos. Yo aun no entendía, pero me sorprendí al ver que en la bolsa sólo había jabones, desodorantes,  champús y pasta de dientes. Mi madre sacó papel de regalo y cinta adhesiva, y sin que me diere una explicación, agarré un par de jabones y los envolví como si fuesen el más preciado y delicado regalo a entregar.

Llegó la noche buena y nuestro árbol estaba completamente adornado, y la cena a punto de servirse en la mesa, bellamente decorada. Una salchicha vienesa por cabeza, arroz con ralladura de zanahoria y un huevo frito estaban listos para el deleite de los comensales.

La magia de la Navidad estaba haciéndose presente en nuestra casa ese día. Mi plato favorito, regalos escondidos, y la alegría de estar juntos, nos hacían disfrutar de una noche maravillosa en nuestra calurosa Navidad.

Al día siguiente me desperté temprano por tres motivos. Primero para ver si el puto de Santa me había traído mis regalos. Segundo para ver mis especiales navideños por la televisión. Y lo más importante… Los regalos de Navidad de Mamá…

Mi padre se levantó a tomar desayuno en el comedor, mi madre y yo ya habíamos dejado los regalos bajo el árbol; pero, ¡oh!, gran sorpresa, mi padre se quedo mirando el árbol sin pestañar, su rostro de molestia era evidente. Alguien había hecho caso omiso a sus órdenes, y eso era algo que no se podía aguantar. Pero, al verme tan feliz, sólo hizo un comentario que nos recordó su dictamen promulgado los primeros días de diciembre.

Su ceño fruncido y sus labios apretados dejaban ver su molestia. Hasta que, yo me dirigí al árbol, y por primera vez, me puse a repartir los regalos.

Puse el regalo de Papá encima de la mesa, frente a él. Hice lo mismo con el regalo de mi madre y el mío. Mi padre, con un movimiento de su mano, lo apartó de su lado y agacho su cabeza.

Gran sorpresa fue cuando mi madre y yo abrimos nuestros regalos. Ella había recibido una pasta de dientes y yo un jabón. Contentos con nuestros regalos, me apresuré a buscar más regalos al árbol.  Mi padre sorprendido y algo intranquilo extendió su brazo para alcanzar su regalo, su rostro tenía un brillo especial. ¡Sorpresa! Era un jabón…

Sin darnos cuenta todos abríamos regalos y nos mirábamos con picardía y complicidad.

Ese desayuno de Navidad es el más hermoso que recuerdo. Ya ellos no están a mi lado, pero sigue existiendo la magia de esas fiestas decembrinas pasada en cada Navidad presente. Más aun, en la última Navidad que pasé con mi padre, no dejó de existir algo especial que nos inundaba nuestros corazones al punto de sentir que iban a reventar de dicha.

Las navidades con mis padres fueron una postal mágica. Las navidades con mi kompañera, nuestra hija Sofía y mi padre fueron fantásticas. Aun las navidades con mis suegros.

Hace años que la Mutti y yo pasamos nuestras navidades en soledad, pero sin dejar de recordar lo bello que fue compartir en familia un poco de arroz y un huevo frito.

Esta noche buena la compartiremos con los Becerra, una hermosa familia que nos adoptó hace años para estas fechas. Ellos también son como nosotros, lobos esteparios, que disfrutan de las cosas sencillas y de un poquito de magia, que de cuando en cuando a nadie hace mal…

Feliz Jánuca, Eid Mubarak, Feliz Navidad, Feliz Solsticio de Verano y Felices Fiestas Profanas


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