Por: Milan Mauricio Grušić Ibáñez. Calurosa Navidad.
Navidad, Chile, diciembre de 2011.
Recuerdo las bellas navidades del
pasado, y me viene a la memoria toda la felicidad sentida en esas fiestas que
hacían de diciembre un mes mágico y especial.
Comenzando con un corte de
Asiento (Aguayón) de res, acompañado con un buen Casillero del Diablo, vino
preferido por los masones y por mi padre. De postre, leche asada. Los regalos
aunque no faltaban, lo importante era el rito de Noche Buena, acostarse un poco
tarde, dentro del aguante de un niño, y despertar temprano para ir a abrir los
regalos al día siguiente.
Lo sobrante de la cena de Navidad
nos duraba hasta 4 días, no sólo haciendo espectacular los almuerzos y las
cenas, sino que además el desayudo y las “once” (hora del té a la chilena).
¿Cómo no dejar de recordar los
especiales navideños de Rankin Bass, y los grandes clásicos como Canción de
Navidad de Charles Dickens o It's a Wonderful Life de Capra? Aun en una
televisión en blanco y negro de 12 pulgadas esas películas se hicieron
inolvidables con el correr de los años. Ya en la adolescencia Chevy Chase y sus
desastrosas navidades ocuparon su lugar en las maratones navideñas de la
televisión criolla.
El árbol de Navidad era un pino
de verdad, adornado con figuritas de vidrio que hasta hoy muchas han
sobrevivido a los problemas de su fragilidad. Recuerdo una esfera grande y
roja, que era preciosa, y un reno del mismo material y color, que por
circunstancias ajenas a mi persona, murieron trágicamente… ¡Yo no fui! Las luce
eran hermosas, hechas en Alemania, de fuerte luminiscencia y bellísimos
colores. Ver ese árbol era un deleite para la vista.
Nunca tuvimos un pesebre, o algo
que nos indicara que era el nacimiento de algún Mesías, pero si era la época de
Santa Claus o el Viejito Pascuero.
Quiero relatarles una navidad en
especial, en plena dictadura militar chilena.
Ya estábamos en diciembre y la
economía familiar peligraba por la situación reinante en el país. Yo apenas un
mocoso no tenia noción del dinero y ya me preparaba para la mejor Navidad del
mundo. Pero, sólo pudimos conseguirnos un árbol escuálido, y el sueño de que el
Viejito Pascuero nos solucionara nuestras dificultades, y me trajera todos los
regalos que le pedí en ese año.
La situación empeoró y la orden
del jefe de la casa fue directa. ¡No habrá regalos este año, ni cena especial!
Mi madre y yo nos quedamos patitiesos al escuchar semejante sentencia. La
querida Navidad no pasaría por nuestra casa, y el Viejo Guatón me dejaría sin
un minúsculo regalito de Navidad.
¿Cómo salvar la Navidad?
A mi corta edad era una misión
imposible. Pero, descubrí un brillo especial en los ojos de mi madre, algo
tramaba, tal vez secuestrar a Santa y pedir recompensa. La solución no fue tan
drástica, pero si curiosa…
Mi padre, llego ese 24 de
diciembre a medio día, con el salario del mes en la mano. Su rostro lo decía
todo, pero era mejor no comentar nada. Él se saco los zapatos y se puso a
dormir una siesta, sin ganas de almorzar. A esas horas todo el comercio cercano
cerraba por dos horas, y no teníamos que comer. Mi madre se encerró con mi
padre en la habitación unos minutos y salio sin decir una palabra. Luego entre
yo y le pedí a mi padre algo de dinero para comprar pan. Después de un buen
rato descubrí un boliche que tenía pan recién hecho, lo compré junto con una
mantequilla, nunca el pan y la mantequilla habían sido tan ricos como en esa
víspera de Navidad.
Ya era hora de que el
Supermercado abriese, y mi madre salió de casa. Volvió un rato después, mi
padre aun dormía, me llama a otra habitación y me dijo que teníamos que
envolver los regalos. Yo aun no entendía, pero me sorprendí al ver que en la
bolsa sólo había jabones, desodorantes,
champús y pasta de dientes. Mi madre sacó papel de regalo y cinta
adhesiva, y sin que me diere una explicación, agarré un par de jabones y los
envolví como si fuesen el más preciado y delicado regalo a entregar.
Llegó la noche buena y nuestro
árbol estaba completamente adornado, y la cena a punto de servirse en la mesa,
bellamente decorada. Una salchicha vienesa por cabeza, arroz con ralladura de
zanahoria y un huevo frito estaban listos para el deleite de los comensales.
La magia de la Navidad estaba haciéndose
presente en nuestra casa ese día. Mi plato favorito, regalos escondidos, y la
alegría de estar juntos, nos hacían disfrutar de una noche maravillosa en
nuestra calurosa Navidad.
Al día siguiente me desperté
temprano por tres motivos. Primero para ver si el puto de Santa me había traído
mis regalos. Segundo para ver mis especiales navideños por la televisión. Y lo
más importante… Los regalos de Navidad de Mamá…
Mi padre se levantó a tomar
desayuno en el comedor, mi madre y yo ya habíamos dejado los regalos bajo el
árbol; pero, ¡oh!, gran sorpresa, mi padre se quedo mirando el árbol sin
pestañar, su rostro de molestia era evidente. Alguien había hecho caso omiso a
sus órdenes, y eso era algo que no se podía aguantar. Pero, al verme tan feliz,
sólo hizo un comentario que nos recordó su dictamen promulgado los primeros
días de diciembre.
Su ceño fruncido y sus labios
apretados dejaban ver su molestia. Hasta que, yo me dirigí al árbol, y por
primera vez, me puse a repartir los regalos.
Puse el regalo de Papá encima de
la mesa, frente a él. Hice lo mismo con el regalo de mi madre y el mío. Mi
padre, con un movimiento de su mano, lo apartó de su lado y agacho su cabeza.
Gran sorpresa fue cuando mi madre
y yo abrimos nuestros regalos. Ella había recibido una pasta de dientes y yo un
jabón. Contentos con nuestros regalos, me apresuré a buscar más regalos al
árbol. Mi padre sorprendido y algo
intranquilo extendió su brazo para alcanzar su regalo, su rostro tenía un
brillo especial. ¡Sorpresa! Era un jabón…
Sin darnos cuenta todos abríamos
regalos y nos mirábamos con picardía y complicidad.
Ese desayuno de Navidad es el más
hermoso que recuerdo. Ya ellos no están a mi lado, pero sigue existiendo la
magia de esas fiestas decembrinas pasada en cada Navidad presente. Más aun, en
la última Navidad que pasé con mi padre, no dejó de existir algo especial que
nos inundaba nuestros corazones al punto de sentir que iban a reventar de
dicha.
Las navidades con mis padres
fueron una postal mágica. Las navidades con mi kompañera, nuestra hija Sofía y
mi padre fueron fantásticas. Aun las navidades con mis suegros.
Hace años que la Mutti y yo pasamos nuestras
navidades en soledad, pero sin dejar de recordar lo bello que fue compartir en
familia un poco de arroz y un huevo frito.
Esta noche buena la compartiremos
con los Becerra, una hermosa familia que nos adoptó hace años para estas
fechas. Ellos también son como nosotros, lobos esteparios, que disfrutan de las
cosas sencillas y de un poquito de magia, que de cuando en cuando a nadie hace
mal…
Feliz Jánuca, Eid Mubarak, Feliz
Navidad, Feliz Solsticio de Verano y Felices Fiestas Profanas