Ex Embajador de Italia en Chile, Emilio Barbarani (“Chi ha
ucciso Lumi Videla”, ed. Mursia, Milán, 2012) recuerda el Chile de los primeros
años de la dictadura y revela entretelones inquietantes sobre el asesinato de
la dirigente del MIR. Era la madrugada del 4 de noviembre de 1974, una
primavera agradable y placentera que contrastaba dramáticamente con el terror
frío y ponzoñoso que invadía Chile donde la represión recrudecía y se había
convertido en práctica común de la dictadura, cuando un grupo de asilados en la Embajada italiana de
Santiago escuchó un ruido sordo en un extremo del patio. | NICCOLÓ
ALDOBRANDINI.*
Al ir a ver se encontraron con un espectáculo macabro: el
cadáver de una mujer con evidentes signos de tortura. Inmediatamente los asilados
advirtieron al joven diplomático Enrico Calamai, que pernoctaba en la citada
residencia, quien a su vez se comunicó de inmediato con las autoridades
chilenas. Pocos días después Calamai abandonaría el país aquejado de una grave
úlcera. (Tras su recuperación en Italia, en 1976 fue designado Cónsul en e
Buenos Aires donde ayudó a expatriar a centenares de perseguidos de la
dictadura del triunvirato compuesto por los tres jefes de las Fuerzas Armadas,
Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti).
A raíz del alejamiento de Calamai, el único diplomático
italiano que permanecía en Santiago era el embajador Tomasso de Vergottini, que
ni siquiera tenía realmete ese status porque el gobierno italiano nunca
reconoció a la dictadura chilena, era una función nebulosa, ya que no tenía
rango diplomático, pero tampoco era turista.
En 1974 la prensa chilena adicta al régimen (por otra parte
la única que existía) había descrito el homicidio de Lumi Videla como una
reyerta, ocurrida en el interior de la residencia diplomática, durante una
“orgías entre asilados”, versión que quedó totalmente descartada en la
investigación judicial realizada por el magistrado Juan Araya, que estableció
fehacientemente que la joven asesinada nunca estuvo en ese lugar en calidad de refugiada.
En esas circunstancias, sin pasaporte diplomático y con el
enorme problema del cadáver lanzado al jardín de la Embajada otro joven
diplomático, Emilio Barbarani, hasta ese momento designado en Buenos Aires,
llega a Santiago los primeros días de diciembre de 1974, un mes después del
descubrimiento del cadáver de la dirigente del MIR. La misión del
diplomático termina en 1975, el año de los recuerdos que describe en su
libro-memoria Chi ha ucciso Lumi Videla (Ed. Mursia, Milábn, 2012),
¿Quién mató a Lumi Videla? en castellano. Años después, en 1998, Barbarani
volvería a Chile como embajador de Italia.
En sus memorias, Barbarani recuerda no solamente las
tensísimas relaciones entre los refugiados (unas 250 personas, la mayor parte
niños que, a raíz del episodio del cadáver estaban literalmente prisioneros en
la residencia diplomática), sino sobre todo el terreno minado donde los
diplomáticos italianos tenían que actuar, sobre todo en su relación con los
servicios de Inteligencia chilenos (la
DINA ) en ese momento en lucha sin cuartel con otro de los
servicios represores, el SIFA, el Servicio Secreto de la Fach.
Asimismo, el libro describe las relaciones personales (y
amorosas) entre Barbarani y dos figuras femeninas fundamentales: una agente del
SIFA, “Wanda”, (de la que no revela nunca el nombre verdadero, quien años más
tarde moriría en Londres de un tumor al cerebro y quien le daría una
inquietante clave de lectura acerca del crimen de Lumi Videla) y su polola
“oficial”, la joven Paula Carvajal, hija del Almirante Carvajal, en ese momento
canciller del gobierno militar. A Barbarani esta relación le abriría las
puertas de la casa de uno de los máximos exponentes del gobierno.
En realidad el libro no pone en tela de juicio “quién mató a
Lumi Videla”, sino que se interroga sobre “por qué la mataron” y, en particular
las razones por las qué tiraron su cadáver al interior de la Embajada italiana, una
provocación sin sentido ya que, a pesar de la mordaza imperante era imposible
que la verdad, tarde o temprano no saliera a flote. Y eso fue lo que
efectivamente ocurrió muchos años después.
Por el asesinato de Lumi Videla, el año 2006 fueron
declarados culpables los generales retirados Manuel Contreras Sepúlveda, ex
jefe operativo de la DINA
y Maximiano Ferrer Lima; los brigadieres (R) Miguel Krassnoff y Christophe
Willike; el coronel (R) Marcelo Morén Brito y el cabo (R) Basclay Zapata.
En la última parte de las memorias (la más reveladora e
inquietante) Emilio Barbarani recuerda la petición, de asilo político, a
mediados de 1975, del agente del SIFA, “Daniel Ramírez Montero”, según el
libro. En realidad se trata de Rafael González Verdugo, procesado como cómplice
del homicidio del estadounidense Charles Horman, descrito en todo su dramatismo
en la película “Missing”, de Costa Gavras. El agente fundamentó la petición de
asilo a los italianos diciendo que estaba perseguido por la DINA , por haber denunciado la
corrupción del “Coronel K”, en ese momento el segundo hombre de la DINA , de quién Barbarani nunca
despeja la verdadera identidad, aunque es probable que se trate del en ese
momento subdirector de la DINA ,
Mario Janh.
Como en 1975 la residencia italiana ya estaba vacía, los
diplomáticas, previas consultas con Roma deciden asilar a “Ramírez Montero” en
las oficinas de la
Cancillería italiana, y a partir de ese momento empieza una
serie de amenazas telefónicas a Barbarani que podrían haber pasado a mayores.
Incluso el libro revela que se logró desarticular (gracias a los buenos oficios
de las “altas esferas” con quienes se vinculaba) un ataque de la DINA a la cancillería para
secuestrar al desertor, que se había asilado con su mujer y su pequeño hijo.
Las amenazas de la
DINA a Barbarani por haber acogido al agente del SIFA,
enemigo del coronel “K”, se intensifican y este hecho persuade al gobierno
italiano de la necesidad de trasladarlo. Su misión termina a fines de 1975 y a
mediados de 1976 llega a Londres. En la capital británica encuentra a una
antigua conocida, Wanda , que habría desertado del SIFA y que le cuenta lo
siguiente: en realidad la denuncia de González Verdugo contra “K” no es por
corrupción, sino por “alta traición” y “espionaje”.
Antes del golpe el “coronel K”, según Wanda, habría conocido
a Lumi Videla y el militar le habría hecho algunas confidencias que ella habría
pasado al MIR y éstos a su vez a los servicios secretos cubanos. Después del
arresto, la joven habría confesado parte de las confidencias de “K” y por
represalia la habrían asesinado. El hecho de tirar el cuerpo en la embajada
italiana cumplía dos funciones, revela el libro: por una parte amenazar a los
diplomáticos italianos para obligarlos a cerrar la embajada, la única abierta
hasta ese momento, noviembre de 1974; por la otra enviar un mensaje a los
miristas que estaban en la en ella.
Cuando lanzaron el cadáver de Lumi se encontraba asilado en la Embajada Italiana
uno de los dirigentes máximos del MIR, el médico Humberto Sotomayor, que había
sido, sin embargo, expulsado de la organización, acusado de haber abandonado al
herido Miguel Enríquez abatido el 5 de octubre de 1974 después de un tiroteo en
su propia casa. Pero también en ese momento estaba en la Embajada la cuñada de
Andrés Pascal, el nuevo jefe del MIR, que se había asilado con la menor de las
hijas de éste, una niñita de alrededor de tres años: por lo tanto era probable
que hubiese relaciones directas entre los miristas de la Embajada y la cúpula de
esa organización.
Al final de sus memorias, Barbarani recuerda que poco tiempo
después de haber llegado a Londres, y mientras González Verdugo todavía estaba
en las oficinas de la cancillería, ya que las autoridades se negaban a darle el
salvoconducto, leyó en la prensa inglesa una breve información sobre un
accidente que habría tenido el coronel “K” (accidente totalmente comprobado):
se le habría disparado “accidentalmente” la metralleta que tenía en el asiendo
trasero del auto que desbandó, mientras su ocupante se había salvado por
milagro. Poco tiempo después a González Verdugo le dan el salvoconducto y puede
abandonar el país.
Curiosamente, la publicación del libro en Italia, que
ha obtenido numerosas reseñas en este país, ha pasado inadveetido en Chile: ¿será
quizás porque las trazas que Barbarani deja en su libro conducen más o menos
directamente, como ya se ha señalado, al coronel retirado Mario Jahn?. Sobre
esta situación la agencia italiana ANSA, reseñando el libro, escribe: “por el
asesinato de la joven un tribunal condenó a seis personas, todas de la DINA , pero no al coronel “K”
que hoy vive sin problemas en Santiago”.
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